viernes, mayo 12

2. El mundo a tus pies

       Nunca pensé que el ser humano pudiera tener tantos lugares ocultos como empecé a descubrir en mí mismo. Somos un pozo lúgubre lleno de todas las insatisfacciones que acumulamos durante nuestra vida. Descubrí que algo muy pequeño, podía proporcionar grandes placeres.



         Años después, como no había olvidado el episodio que he relatado, comencé a frecuentar lugares en los que pudiera encontrar niños... con globos. Los parques infantiles eran los lugares ideales. Allí los pequeños jugueteaban felices portando su preciado tesoro, el mismo que yo quería liberar para encontrar esa sensación placentera que liberaba mis frustraciones por aquel globo que no pude conservar en su momento.

        Era fácil, situarse junto a un padre, preguntarle algo, entretenerlo y, al menos descuido, ZAS.  Un corte certero y preciso y liberaba el globo, de la servidumbre del pequeñajo; observaba su desilusión que era inversamente proporcional a la satisfacción que yo obtenía. Era mi juego. Me especialicé en los abuelos, cándidos ellos. Siempre atentos a ayudar a encontrar la dirección que ese hombre les requería, para al rato observar cómo, sin explicación alguna, el globo ascendía veloz entre la llantera de su nieto.

          Luego yo, enumeraba los casos cada día, cada semana, cada mes. Uno conté 123 globos liberados un auténtico récord con el que me sentía orgulloso. Era cierto que en ocasiones empecé a tener problemas en ciertos lugares, porque comenzaban a sospechar de mí, notaba que se daban codazos y miradas desconfiadas. Bueno, desaparecía un tiempo prudencial y ya volvería.

      Simplemente. Me divertía. Encontraba es este juego toda la satisfacción que la vida no me daba, ¿era ese el motivo?... Llegó el día. Había ido a un parque muy alejado de mi vivienda. Esperé más de lo normal. Al fin apareció una mujer con un pequeño. Portaba un pequeño globo que casi desinflado se balanceaba en el aire. Me acerqué sigiloso. Ellos tenían un aspecto desaliñado, seguramente eran pobres, muy pobres. Hice una pregunta rutinaria, nadie respondió. Cogí la cuerda, con las tijeras ZAS, no pude. Eran más recia de lo normal, lo intenté de nuevo, pude. El globo ni subió. Miré al niño, noté su mirada triste, indiferente. Yo sonreí e inicié la huida, veloz.


           Llegué a mi casa, mis carcajadas resonaban en mi cabeza y los vanos deseos de felicidad que otras veces tenía, ahora me desconcertaban. Me senté en el suelo, nunca lo había hecho antes. Me sentí extraño, las risas no eran mías, no las reconocía. Bueno sí, pero eran falsas. En realidad no las sentía. Una sensación extraña me invadió, me sentí un tonto, un ser despreciable y vacío. Los ojos del niño se asomaban a mi mente con insistencia... Sólo tenía claro que quería ascender...

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