sábado, diciembre 2

La magia de la sala de cine

     Descubrí la cinematografía en un anochecer de verano. En aquellos años, mi ciudad Granada, estaba poblada de Cines de verano, salas abiertas rodeadas de cierta vegetación, que vertía toda su fragancia desde el atardecer. Aroma que siempre me transporta a ese momento de la infancia.

 


      La sala se llamaba Albéniz, junto con otras como el Alameda, Las Flores, Los Vergeles (la última que desapareció por la pujanza inmobiliaria)... Me costaba imaginar, recuerdo, que los actores y los decorados, no se situaran tras la pantalla, lo de la proyección era un asunto muy complicado para entender en la infancia.
       Sin duda fue el descubrimiento de todo un arte, la cinematografía.. En aquel momento, hacíamos un simple agrupamiento de géneros: de romanos, de indios, de risa, de amor, de guerra, de miedo,... simple, pero muy efectivo. El cine mudo, era asiduo en la televisión de entonces. Hoy injustamente relegado a las esferas de cinéfilos, pero también un desconocido para las nuevas generaciones que pierden así la oportunidad de conocer los orígenes y, en parte las esencias de la cinematografía. Eran los años de la obligatoriedad del No-Do, folletín propagandístico del Régimen del momento, triunfalista y subjetivo, que al menos nos ha dejado una importante documentación gráfica. Eso sí, nos enteramos de todos los pantanos que había en España.



      Ya con la edad, llegó el descubrimiento de la sala normal yo por oposición, la denominaba de invierno. Recuerdo el ritual mágico del apagado de luces, del silencio, del comienzo. La extraña sensación de escalofrío que te recorría el cuerpo. Los personajes que llenaban el rectángulo mágico: sus miradas, sus movimientos, los deseos humanos, los sueños, sus palabras, el siempre nos quedará París de Casablanca, la cortina rasgada de Psicosis, la mirada de Sean Connery en El nombre de la rosa o el mar invencible de El show de Truman  ... El cine era todo un ritual, casi sagrado.

 


          Con la legada sucesiva de vídeos, cedés y otros muchos soportes como las numerosas y novedosas plataformas, asistí perplejo al llamado cine en casa, positivo porque generalizaba este arte, pero negativo porque lo convertía en un objeto más de consumo. Ese llamado consumismo de dar mucho por poco. Había quien se lanzaba a la degustación de varias películas seguidas, era la cultura esa del Usar y tirar. Desde luego los precios de las salas, no contribuyen a la asistencia a las salas. Los impuestos son  desastrosos. Curiosamente últimamente se vienen celebrando en España con un rotundo éxito la Fiesta del cine, con precios populares, se ha aclarado que el problema de ir al cine es del precio excesivo y que los jóvenes siguen disfrutando con las proyecciones.


          Espero que todo esto contribuya a que redescubramos esa magia que tiene volver al cine, la SALA, oscura, silenciosa,... como un ritual sagrado y profano, que nos permita apreciar todo el trabajo y el arte que podemos saborear con la proyección de una película.

                   

      Los cuadros de esta entrada son de mi amigo, al que agradezco su gran colaboración en este lugar, Jose María Llobell. Si quieres conocer mejor su obra te recomiendo:

    

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