Así es para mí Málaga, una ciudad que he conocido en distintas etapas de mi vida, cada vez diferente, pero siempre es la misma. Apareció en la infancia, tras el trajín interminable de aquellas carreteras llenas de curvas. En vehículos ruidosos, llegábamos a su seno con el olor inconfundible del mar. Mis padres habían vivido allí, la recordaban con el entusiasmo y la melancolía de la estabilidad laboral. Era un universo poblado de rincones destartalados, húmedos, lejanos y misteriosos.
Ahora he regresado. Lo primero, ha sido la sensación de una ciudad y amable y menos estresada. Con un envidiable buen criterio, la mayor parte de su centro comercial se ha transformado en un amplio espacio peatonal. El visitante encuentra así un lugar para pasear con tranquilidad y saborear la belleza que tiene. Antes, un tumultuoso tráfico, impedía un momento de sosiego. No paro de reivindicar lo importante que es convertir la mayor parte de las ciudades en lugares para los peatones y no, como ocurre hoy, en espacios en los que los automóviles los ocupan y crean esa estresante y ruidosa vida cotidiana. Sé las objeciones que hay, pero también se puede mejorar bastante cuando las personas, nos lo proponemos.
En su centro geográfico, siempre me cautivó un pequeño pero hermoso monte, Gibralfaro. Los fenicios y los árabes ya lo habían utilizado como una prominente torre vigía. Era lógico, si lo rodeamos, nos permite la visión en 180º de una gran parte de la ciudad. Sufrió bastantes desmanes urbanísticos con los horrorosos edificios, monumentos hispanos en cualquier lugar en el que se atisbe una vista del mar. Hoy una conciencia más sostenible, recupera un mirador increíble de la ciudad y especialmente del puerto, uno de los motores económicos de la ciudad. Málaga un sueño.
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